Necesito creer que las personas son buenas, aunque me decepcionen una y otra vez.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Perder la fe.

Dirigió su mirada hacia la luna, y de sus ojos, grises, se escapó una lágrima inocente. No se inmutó en secársela, como habría hecho de haber habido alguien en la misma habitación, simplemente dejó que fluyera por su rostro, sintiendo ese cosquilleo que le recordaba que no era feliz.

Pensaba que ya había superado aquello que la aterraba, pero cuando creía que ya no le afectaba, volvía a caer. “No es para tanto”, “Deja de hacerte la víctima”, decía la gente cuando la veían mal, o alguna lágrima traviesa se escapaba de sus ojos. Por eso se callaba cuando la tristeza le acechaba, cada vez que sentía ganas de huir de la sociedad y echar a correr a algún lugar lejano, donde nadie la pudiera ver sufrir.

Luego, era ella la que socorría a los demás. Era ella la que corría a ayudar a quién la necesitara, ella estaba allí para todos, pero no para ella misma. No quería aceptar que necesitaba ayuda, tantos palos la habían hecho más fuerte, pensaba ella. “Llorar delante de la gente es de cobardes”- se decía-, y su orgullo se iba haciendo cada vez más grande, hasta que ya no pudo más.
Sentía ganas de contar lo que le pasaba, no soportaba estar siempre sola cuando necesitaba a alguien que le diera ánimos, darlo todo y no recibir nada. Nada.
Acabó sumiéndose en una profunda oscuridad, acabó por preferir estar sola “La gente solo me hace mal”, “Nadie me entiende…”.

Y así es como acabó perdiendo la fe en los que le rodeaban, y lo peor de todo, en ella misma.


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