Necesito creer que las personas son buenas, aunque me decepcionen una y otra vez.

sábado, 5 de octubre de 2013

Siempre acaban rompiéndote.

     Y te rompen las ilusiones, los sueños, el  alma, así, de un instante a otro, como si pensaran que al igual que te lo han roto, pueden volver a reconstruirlo. Pero nadie, NADIE sabe que tu corazón se ha quebrado, y que gota a gota se consume sin que nadie se de cuenta. Es entonces cuando recurres a tu mejor vicio, hoy he optado por un buen cigarro y una taza de café, mientras la tinta de mi bolígrafo dibuja los garabatos que siente mi corazón, impulsado por los últimos latidos que le quedan. Noto como lucha por sobrevivir, pero yo no se si quiero hacerlo, no se si quiero seguir sufriendo de esta forma, y creo que soy yo la que lo está matando.
     ¿Sabes? Es difícil decidir entre dos opciones. Cuando estás en una situación que no esperabas encontrar y no sabes como afrontarla, la opción mas fácil suele ser salir corriendo, correr es bueno ¿Por qué no voy a hacerlo? "Claro" -te dirán- "Es lo único que saben hacer las cobardes como tú". Y dudas otra vez.
     Estoy cansada, cansada de confiar en la gente, de ser la persona buena, de gustarle a todo el mundo. De gustarle para ser olvidada por todos, claro. Y es entonces cuando rompes a llorar, y notas como el rastro de lágrimas te quema y deseas que nada de esto hubiera ocurrido, pero sabes que no vas a tener esa suerte, sabes que te irás a la cama y que te ahogarás en tus sueños como en un océano profundo, del cual es imposible salir. En algún momento, quién sabe cuando, despertarás, pero seguirás teniendo esa sensación de vacío, ya no sientes los latidos y algo dentro de ti te dice que eso que te hacía latir se ha ido, que te ha abandonado, y que te olvides de que alguna vez existió. Duele pensar que algo importante de tu vida ha desaparecido, y más si sabes que es para siempre, como cuando creciste y contaron que los reyes magos son una simple invención de alguien que, como mucha gente, solo quiere jugar con las ilusiones de los demás. Nos enseñan, día a día que es normal, pero nadie te enseña cómo soportar el dolor.
     La gente suele preguntarme por qué carezco de sentimientos, lo que no saben es que los tengo, estoy segura de ello, porque de vez en cuando los noto doler, y es como una espina, que se clava, sin compasión. Están ahí, envueltos en el metal más aislante, rodeados de muros de piedra construidos de la mejor forma, fuertes y estables, para que nadie, sin excepción, pueda encontrarlos.  Y sobre su paradero... no lo se. Hemos decidido que no se volverán a meter en mi camino, y yo, a cambio, les dejare dormir tranquilos, porque aunque mucha gente no lo crea, los sentimientos también tienen derecho a soñar.

jueves, 14 de febrero de 2013

Nada es como imaginas.

   Pensaba que iba a ser especial. Me imaginaba a mi caminando hacia el escenario, con la canción de Euphoria sonando con cada paso que daba. Los focos me deslumbraban la vista, la gente me miraba y gritaban, aplaudían. Me sentía feliz y no necesitaba más.

   Llevaba mucho tiempo esperando a que eso sucediera, a que llegara mi momento, y podía sentirme satisfecha por haberlo conseguido. Por fin iba a ser aquella princesa que siempre quise.
Pero las esperanzas se pierden cuando te obligan a cambiar tu vida por completo. Yo no sirvo para obedecer normas, nunca lo he hecho y no puedo cambiar eso ahora. No tengo esa belleza, ni ese cuerpo que hace estremecer a la gente. Solo soy una vulgar joven que intenta buscar su lugar en este pedacito de tierra, y estoy en el lugar equivocado.
 
Lo admito, no soy la reina perfecta. Me muerdo las uñas a menudo, en ellas se puede ver el esmalte desgastado que suelo llevar, mis ojos no son de un tono bonito, si no de ese color canela propio de la mayoría de personas, y mi pelo es indomable, y tiene las puntas más abiertas que las piernas de la mayoría de personas que conozco. 

¿Lo veis? Una reina no diría tales groserías.

No se comportarme, tengo miedo escénico, y no soy una persona importante.
Entonces, ¿Alguien sabe que hago aquí?







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miércoles, 17 de octubre de 2012

Inés.

     Las pisadas se escuchaban cada vez más lejanas, y una nube de polvo se alzaba por cada rincón al que se acercaba. Corría con todas sus fuerzas. Pensaba seguir hasta que no pudiera más y las piernas le traicionaran dirigiéndola hacia el suelo. Siempre se había dicho que podía hacerlo, que si lo intentaba con todas sus fuerzas, conseguiría aquello que quisiera, aunque costara. Que el sufrimiento lleva al mérito. Ahora, tras ver sus sueños truncados, Inés decidió que no podía seguir así. No podía creer en lo que no era, en una falsa ilusión que le hacía levantarse cada día y enfrentarse al mundo como si ella fuera el lobo alfa de la manada, cuando, en realidad, solo se trataba de un cachorrillo maltrecho y asustado. No, aquello debía cambiar, y lo único que hacía que se sintiera bien era justamente lo que estaba haciendo. Correr. La adrenalina y el cansancio le hacían olvidarse de todo.

     Sentía como cada metro que avanzaba hacía mella en sus gemelos, y como con cada paso que daba sus pies se hacían un nudo entre ellos, haciendo que diera algún traspié que otro. De pronto, sus pies se pararon en seco, haciendo que se tambaleara, a punto de caer. Quería seguir corriendo pero no podía reaccionar, sentía tal impotencia que había empezado a agobiarse. Es esa impotencia que se siente al esforzarte hasta que ya no puedes más, y sientes que se te sale el alma, y ves que por mucho que quieras, tu cuerpo se ha dividido e intenta evitar que cometas una locura. Se giró para visualizar dónde se encontraba, y lo único que logró ver fue unos cuantos árboles, ya viejos, que estaban empezando a perder la corteza. No pudo evitarlo y lanzó un puñetazo al árbol, lo más fuerte que pudo, quedándose exhausta. Ya no sabía qué más hacer, no sabía a donde correr, no tenía lugar a dónde ir y por eso se escapaba a soñar. Pero, como todo, al final se acaba, y en ese momento, sintió que había llegado el día en el que debía abandonar sus sueños.
   
     Se miró los nudillos y vio, sin inmutarse lo más mínimo, lo que sospechaba: Tenía el puño ensangrentado, y restos de la corteza del árbol se le habían quedado pegados a la sangre. No le preocupaba la herida, sabía que era algo superficial y que se le curaría en cuestión de semanas. Lo más probable es que le quedara una cicatriz, no muy grande, pero ese día se le quedaría grabado en la piel, y cada vez que la viera podría recordarlo, como si hubiera sido ayer… Sin saber qué hacer, puso su espalda en el árbol que acababa de golpear, y se fue deslizando hacia abajo. Su camiseta se iba enganchando en las pequeñas plantas parásito que poseía, e incluso se le llegó a perforar por algún lugar. Al llegar al suelo, se encogió, hecha un ovillo. En ese momento, volvió a la realidad, y, por primera vez, después de tanto tiempo, se encontró sola. Sola y perdida entre un montón de problemas, e incapaz de seguir adelante, intentando pedir ayuda. Pero no había nadie.
 
     Días después, Inés volvió a ser la misma. Nadie supo nunca de la existencia de aquel día, y nadie notó que hubo un momento en el que no pudo más, y pensó que no valía la pena seguir adelante. Ahora, ella misma se dice que no le importa, aunque, si te fijas atentamente, sus ojos dicen otra cosa…




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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Olvidar...

Se sentó a mi lado en el banco, haciendo justamente lo que yo esperaba que hiciera. Sonreía, tal y como yo lo recordaba, y ese gesto suyo me hacía pensar en cada momento que había pasado a su lado, tantas historias, tanto tiempo… y parecía mentira que no hubiera cambiado nada. Se levantó del banco y me hizo un gesto con la mano, como él solía hacer cuando creía que no hacían falta las palabras, y lo siguió con una muestra de su risa. Hice exactamente lo que él me dijo, y me cogió de la mano. Tenía la piel cálida, y al contacto con la mía consiguió calmar mis nervios, aunque solo fuera por un momento.

Pasamos la tarde hablando, riendo, como si nunca hubiera habido un corte en nuestra vida, como si aquello lo hiciéramos todos los días, con la mayor normalidad posible. Y recordé lo que sentía en aquellos tiempos, todas las ganas de vivir volvieron al instante y una agradable sensación me invadió por completo. Por un momento, me hizo olvidar todo lo que llevaba tanto tiempo intentando echar de mi vida, y no había más preocupaciones que el perder el autobús o que un semáforo en rojo nos hiciese parar de correr.

Nos quedamos solos en el parque del centro comercial y en ese momento tomó mi mano, aferrándola fuertemente, pero suave, con afán protector.
Me miró fijamente a los ojos y no pude evitar sentirme pequeña y vacía. Sentía como si algo dentro de mí me quemara, como si fuera a caerme en cualquier momento y no fuera a poder levantarme más. Solo me había mirado así una vez antes, y fue justamente en el momento en el que me abandonó a mi suerte, cuando desapareció de mi vida y no volvió a dar señales hasta un año después. No pude evitar el soltarle la mano y dar media vuelta, pero me sentía impotente al pensar que iba a perderle, y no podía quedarme quieta, observando cómo desaparecía de mi vida. Volví la vista atrás, esperando que viniera tras de mí, pero él ya no estaba. Me quedé allí, inmóvil, sin saber qué hacer, solo podía observar la nada e imaginar lo que podía haber sido y que nunca más seria.
Las piernas me empezaron a fallar y sentía como iba cayendo poco a poco, sin poder hacer nada por evitarlo. Los ojos me escocían y de ellos empezaron a manar unas lágrimas cristalinas que recorrían mi rostro.

-Confía en mí- susurró una voz en mi oído, lo que provocó que un escalofrío recorriera mi cuerpo.
+lo siento, pero ya no confío ni en mi misma- contesté, con una voz casi inaudible, con las pocas fuerzas que me quedaban- las viejas heridas nunca se curan, y lo máximo que puedo esperar es que algún día tenga la suerte de poder olvidar.

Y dicho esto, se fue. Y vi como caminaba lentamente, con la cabeza gacha, hasta que la oscuridad acabó por borrar su imagen y a mí alrededor no quedaba nada más que los árboles que vestían el parque.



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sábado, 22 de enero de 2011

Acompañada de los remordimientos.

Se acercó a mí poco a poco, dirigiendo sus manos hacia mi cintura, donde descansarían segundos más tarde. Me miró fijamente a los ojos y entonces nuestros labios se encontraron. Retrocedí, un impulso involuntario provocado por la sorpresa, pero volví sobre mis pasos y me situé a la misma distancia que antes, a menos de un palmo de él. Volvió a intentar besarme lentamente, y no pude evitar separarme.

El alcohol ya había empezado a hacer efecto en mí, me sentía como en otro mundo, como si estuviera viendo lo que pasaba en mi vida, pero desde otra perspectiva, otro punto de vista, pero en el fondo algo dentro de mi no quería que esas dos personas se besaran.

-¿Sabes qué?-me dijo- me gustas desde hace tiempo-una sacudida me azotó, como un pequeño calambre que recorre tu cuerpo de arriba a abajo-¿no te habías dado cuenta?
-No-Mentí, tal vez por timidez, o quizá por no querer aceptarlo-no lo sabía.
-Si no quieres…-me dijo, intentando ponerse serio y concentrarse en lo que decía, aunque no hacía más que mirarme a los ojos, y yo sabía lo que eso significaba.

Me mordí el labio.
Le miré a los ojos, esos ojos negros que tanto me llamaban la atención, pero ahora se habían tornado de un color distinto, aunque quizá fuera por ese brillo que mostraban. Los dos últimos años de mi vida pasaban fugaces por mis ojos. Desde el mismo momento en que lo conocí hasta hoy. Vi cada día, cada segundo a su lado, cada abrazo, cada beso en mi mejilla, que hasta entonces solo había sido eso, un simple beso.
Pero ahora lo miraba y no veía lo mismo que antes, toda la serenidad y la confianza habían desaparecido y en su lugar había dudas, un inmenso mar de dudas, y no sabía que camino elegir.

Rozó mi rostro en una especie de caricia y me apartó el pelo de la cara. El roce de su mano con mi piel me hizo volver a la realidad, y no pude evitarlo.
Le sonreí, una sonrisa tímida, y a la vez decidida. Quien no apuesta, no gana, ¿no? Quizá podría funcionar, y no perdía nada intentándolo.

Entonces fue cuando nuestros labios se rozaron suavemente. Se unieron en un tierno beso, y todo lo demás desapareció. Fue un momento mágico, pero no como en los cuentos de hadas, en los cuales todo es perfecto. Hubo momentos de incertidumbre en los que las dudas regresaban, y otros, en los que lo tenía todo claro.
Lo siguiente que recuerdo es que me separé de él, como si ya fuera una costumbre, y marché hacia la barra de la discoteca, en la cual me pedí otro cubata. Él se quedó quieto, apoyado en la mesa, tal cual le había dejado: mirando al suelo, pensando qué había hecho mal. Lo reconozco, la culpa no fue suya. Tuve que elegir una opción y lo hice sabiendo las consecuencias, yo era la que había decidido que esto no era buena idea.

Me terminé la bebida y me marché, sin ni siquiera despedirme de él. Le dirigí una rápida mirada, y le vi allí, alzando los ojos hacia mí y volviendo a dirigirlos hacia el suelo, sin saber cómo reaccionaría. En ese momento me sentí la persona más ruin que conocía, y no pude hacer más que salir tras la puerta y regresar a casa, acompañada de los remordimientos.


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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Perder la fe.

Dirigió su mirada hacia la luna, y de sus ojos, grises, se escapó una lágrima inocente. No se inmutó en secársela, como habría hecho de haber habido alguien en la misma habitación, simplemente dejó que fluyera por su rostro, sintiendo ese cosquilleo que le recordaba que no era feliz.

Pensaba que ya había superado aquello que la aterraba, pero cuando creía que ya no le afectaba, volvía a caer. “No es para tanto”, “Deja de hacerte la víctima”, decía la gente cuando la veían mal, o alguna lágrima traviesa se escapaba de sus ojos. Por eso se callaba cuando la tristeza le acechaba, cada vez que sentía ganas de huir de la sociedad y echar a correr a algún lugar lejano, donde nadie la pudiera ver sufrir.

Luego, era ella la que socorría a los demás. Era ella la que corría a ayudar a quién la necesitara, ella estaba allí para todos, pero no para ella misma. No quería aceptar que necesitaba ayuda, tantos palos la habían hecho más fuerte, pensaba ella. “Llorar delante de la gente es de cobardes”- se decía-, y su orgullo se iba haciendo cada vez más grande, hasta que ya no pudo más.
Sentía ganas de contar lo que le pasaba, no soportaba estar siempre sola cuando necesitaba a alguien que le diera ánimos, darlo todo y no recibir nada. Nada.
Acabó sumiéndose en una profunda oscuridad, acabó por preferir estar sola “La gente solo me hace mal”, “Nadie me entiende…”.

Y así es como acabó perdiendo la fe en los que le rodeaban, y lo peor de todo, en ella misma.


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sábado, 4 de diciembre de 2010

No volveré a ser un títere.

Posó su mano en mi hombro con decisión y se sentó a mi lado en el banco. Dirigí mi mirada hacia el suelo, un acto reflejo producido por la timidez y el nerviosismo que me producía su presencia, y esperé a ver su reacción.
Su cabello de media melena se revolvía en el aire mecido por el viento, y sus ojos color carbón, permanecían mirándome fijamente. Movió su mano y la aproximó a mi rostro en una especie de caricia. Su piel era cálida y fuerte, y el roce de su mano con mi piel me hizo estremecer.
Por fin despegó sus labios.

-Gracias.- Susurró, no sé bien si para mí o para él mismo.

De pronto, un destello de sentimientos y recuerdos se agruparon y empezaron a abofetearme dolorosamente.
Recuerdos fugaces, recuerdos alegres, tristes, recuerdos del pasado que marcaron un hoy y un ayer en mi vida. Como un eje cronológico que marca el principio y el final de una etapa, etapa que, si por mí fuera, no habría terminado nunca. Pero todo acaba, unas cosas mejor que otras, pero el fin llega, tarde o temprano.

Yo no pude haber elegido otro camino, mis pasos anduvieron por si solos tras aquella voz que me hacia estremecer, y yo, como hipnotizada por aquella fuerza sobrenatural, no tuve más remedio que seguirle. Le seguí hasta el mismo abismo. Recorrí rutas construidas por las mentiras, senderos creados por la falsedad, e incluso viajé por los mares del sufrimiento y la incomprensión sin apenas darme cuenta.

Aún, de vez en cuando, me es inevitable mirar hacia atrás y ver en lo que se ha convertido mi vida, ser espectadora de los mejores momentos de mi pasado, y, cómo no, pasearme por aquel, en el cual, se estableció un final de una importante etapa de mi vida:

***
“Él me miraba fijamente, no estaba serio, sonreía, parecía feliz. Estaba seguro de sí mismo, pensaba que me tenía bajo su control, que estaba indefensa, que no podría escapar de sus garras. Puede que en un principio fuera así, puede que hubiera un tiempo en el que yo me cegué y no veía nada más de lo que él pretendía mostrar, pero conseguí salir de la trampa, y vi como era realmente, una bestia que buscaba una presa fácil y que no le diera problemas. ¿Tan débil se pensaba que era para creer que podría acabar conmigo? Tal vez yo también le enseñé aquella faceta mía y conseguí engañarle.

-¿Querías verme? – Dijo, con esa voz suya, que me hacía sentirme segura.

No contesté, estaba claro que si le había llamado era porque quería algo, quería demostrarle que conmigo no puede jugar tan fácilmente, que yo también se jugar sucio, y que no era tan importante en mi vida.
No pude, fue mirarle a los ojos y olvidárseme todo lo que tenía pensado decirle, olvidar todo lo que me había hecho y saltar a sus brazos como una niña asustada que necesita de alguien para poder salir.
No iba a permitir que me viera asustada, que me viera indefensa, que pensara que, cuando le tengo delante, no tengo autoridad sobre mí.

-Sí, quería verte.-Dije al fin.- Quería que me explicaras el porqué de tantas mentiras, el motivo por el cual me elegiste a mí para ser tu títere, y, porque, después de ver que ya estaba en tus brazos incondicionalmente, seguiste con los engaños y las persuasiones.

Le vi dudar. No sabía que contestar, y se conformó con un “¿de veras crees que mentía?” Hace tiempo que aprendí a seguirle los pasos, y muchas veces, a anticiparme a ellos. Ya no me podía engañar como haría con las demás.
Mi mano se estampó en su cara como un acto reflejo por todas sus mentiras, no supe que hacía, fue inconscientemente, por toda aquella rabia acumulada que ahora salía sin avisar. Otra vez siendo un simple títere, antes de él, ahora de mi misma.

-Eres idiota- le dije.- demasiado ingenuo como para pensar que podía tenderte una trampa. Tal vez tú tienes aquella esencia que hace enloquecer a la gente, como aquel corderito indefenso que cuando menos te lo esperas se convierte en lobo, y te atrapa. Lo malo de ser un corderito es que eres demasiado llamativo, y la gente puede prever tus movimientos. Yo prefiero ser lo que soy, una simple araña que siempre pasa desapercibida, y que, en cualquier momento, mi red te puede atrapar. Una vez te atrape, ya estás perdido.”

***
Volví a la realidad y vi a Jace sentado a mi lado. Con los ojos llorosos y agradeciéndome lo que hice.

-No sé si lo hubiera hecho de haber sido yo misma, y no haberme guiado por mis impulsos.- Confesé.
-Eso no importa, de haber sido yo no sé cómo habría reaccionado. Él apareció siendo mi amigo, y acabó robándome a la chica que quería, ¿Para qué? ¿Se siente importante haciendo sufrir a los demás?
-A mí también me ha hecho sufrir mucho, pero yo creo que ya no vale la pena echarle en cara nada, ¿No has oído el cuento de “el pastor mentiroso”? Si va por la vida mintiendo, cuando encuentre a alguien que le guste de verdad, esta, no le creerá. Al fin y al cabo él saldrá perdiendo…



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